viernes, 26 de febrero de 2016

La razón propia

Cuando era chiquita, fui sobreprotegida hasta lo patológico. Pero crecí, y gocé de toda la libertad que podía tener una niña o una jovencita para tomar decisiones. Mi mamá me dejaba hacer, así que yo pedía permisos casi como formalismo... casi. Un par de veces la respuesta fue "no". 

Una de esas veces, le di un buen argumento sobre por qué "sí", y ella reconoció -o al menos eso dijo- que lo que yo decía estaba bien planteado: no podía oponerse; no obstante, ella de verdad creía que "no" y "por eso" no podía dejarme. La sentí realmente sincera, y entendi: era su trabajo. Yo podía tener la razón, pero ella no podía ir contra su propia razón.

Ya había contado esto antes; el punto es que hoy he visto la anécdota desde el lado de mi mamá. (Nada que ver con mi niña, que aunque esté convencida de que debería dejarla comer papel o azotarse contra la silla, todavía no argumenta.)

Me enfrento a una decisión de esas en las que por un lado o por el otro, habrá pérdida y daños colaterales, y armaba un discurso mental que empezaba con: "yo no quiero hacer esto, pero..." Entonces, recordé ese día del permiso con mi mamá. 

Hay una especie de conciencia que cuando nos aquietamos, nos hace saber qué está bien y qué está mal para nosotros. No me refiero a cuestiones morales, sino a qué "nos viene bien" y qué "nos viene mal". Sabiendo qué le ayuda a nuestro bienestar, y qué nos provoca malestar, la misma especie de conciencia nos va decir que deberíamos hacer algo por procurar lo que nos hace estar bien, y evitar lo que nos hace estar mal. Ahí es donde la puerca torció el rabo...

Estando en eso, vino a cuento el episodio del permiso que mi mamá negó. Supe que tengo la necesidad vital de hacer lo que mi alma está diciendo que necesita. Como no quiero algunas de las consecuencias que eso traerá, me pongo a considerar un montón de posibilidades, vuelvo a desmenuzar los pros y los contras, cambio el enfoque para minimizar la necesidad que siento; sobre todo, pienso en cómo si yo fuera diferente, podría decidir diferente. Pero de pronto, hoy, mientras me hacía el discurso mental en la cabeza, me di cuenta de que no puedo ir en contra de mi propia razón. Bueno... sí he podido, y siempre acaba mal; es, por decirlo así, "antinatural".

Silvia Parque

2 comentarios:

  1. Toda la razón, ir en contra de nosotros mismos es antinatural. Además, supone tal esfuerzo que el otro nunc podrá valorar en su justa medida porque no está en tu piel para saber lo que te supone a ti hacer eso. Yo lo he hecho muchas veces por complacer a mi madre o a mi marido, y a la larga, nunca ha merecido la pena.
    Un beso

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    1. ¿Verdad? Yo creo que aunque una se disponga "libremente" a hacerlo, a la larga se va produciendo algo así como necesidad de esa valoración que no puede llegar, porque el otro, como bien dices, no está en tu piel.
      Un beso, Matt.

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