Las que venden adobadas en el supermercado ya son la gran cosa para mí; pero no tienen lo que tienen las que están fritas por todos lados... recuerdo la pena de ser arrastrada a un enorme plato lleno de alitas en la fiesta de XV años de una de mis amigas... Era superior a mis fuerzas. Amo las alitas con la intensidad que amo a la pizza, pero diferente; puedo comer una pizza grande yo sola, pero la pizza siempre parece tener superioridad y mirarme desde la caja diciendo: "esta rebanada ya es un exceso". Las alitas, en cambio, parecen felices de que las devore, entregadas a su destino, sencillas, humildes, sin hacerme sentir mal después; parecen llamarme y gozar de estar en mis manos.
Silvia Parque
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