Cuando pasan las doce de la noche -y formalmente cambio de día de la semana-, el sueño y el antojo compiten entre sí por apoderarse de mi cuerpo (mi voluntad, bien mustia, se les entrega desde que aparecen -al fin ya sabe que tiene las de perder-).
Le dejan bien poco a la tímida conciencia del "ve a lavarte la cara". No queda nada para el escondido conocimiento de que "hay que limpiar la mesa". Gana el sueño.
Silvia Parque
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